Tomar a los Padres.

lunes, 3 de mayo de 2010

Esto forma parte de un libro llamado: "Un largo camino: diálogos sobre el destino, la reconciliación y la felicidad", donde Gabriele Ten Hövel entrevista a Bert Hellinger (Ed. Tamara Lempik, Argentina).
Y yo lo tome del Blog de: Karina Malpica a quien le agradezco, puedes consultar su Blog en: http://karina-malpica.blogspot.com/2008/12/tomar-los-padres.html

Pregunta de la entrevistadora: Cuando usted habla de tomar al padre y a la madre para ser feliz, ¿a qué se refiere con eso? ¿A quién exactamente debo tomar? ¿A la madre que me abandonó, al padre que golpea a la madre? Estoy imaginando una alcohólica totalmente descuidada, que jamás se ocupó de su hija. ¿A quién debo tomar? ¿A la madre ideal, tal como podría ser? ¿A aquella faceta de la madre que viví como bella y nutriente?

Respuesta de Bert Hellinger: Yo tomo a la madre y al padre como personas - esta es una importante diferenciación; no tomo lo que me dan o me niegan. Esto aquí no interesa. Es a la persona a la que yo estoy tomando. Tomando a la persona, tendré su plenitud en mí.



Pregunta: ¿No es esta una idealización colosal de lo maternal y lo paternal?

Respuesta: Yo afirmo que en el 80 % de las personas que asisten a constelaciones está perturbado el vínculo con los padres y que la terapia propiamente hecha, une a los hijos con sus padres.



Pregunta: ¿Qué sucede si no se logra esta unión?

Respuesta: Que la persona está perdida y tampoco podrá sostener ninguna relación duradera.



Pregunta: La mayoría de las personas se lamentan todo lo que de pequeños se han perdido y no han podido obtener. Hasta llegan a amargarse. ¿Qué consecuencias puede tener esto?

Respuesta: Todo lo que yo lamento, lo estoy excluyendo. Todo lo que acuso, lo estoy excluyendo. A cada persona que despierta mi enojo, la estoy excluyendo. Cada situación en la que me siento culpable, la estoy excluyendo. Y yo estoy empobrecido cada vez más.



El camino inverso sería: Todo lo que yo lamento, lo miro y digo: Sí, así fue y lo incorporo en mí con todo el desafío que representa para mí. Yo digo: Haré algo contigo. Ahora te tomo como una fuente de fuerza, sea como fuere.



Miro todo por lo que yo haya acusado a alguien y digo: Sí. Miro a mi alrededor, para ver cómo obtengo de otro modo aquello que me perdí y miro la fuerza que tengo para lograrlo yo mismo, sin que se lo pida a otro. Después incorporo la situación en mí y ella se transforma en fuerza. Lo mismo es válido para las culpas personales, que todos queremos negar y echar. Las miro y digo: Sí. Las culpas tienen consecuencias y yo consiento esas consecuencias, transformándolas en algo. Las culpas se transforman en fuerza y, de esta manera, también crezco.



Es decir, que el movimiento básico es siempre el mismo: en lugar de excluir, incorporar. Al respecto hay una observación sorprendente. Cuando incorporo lo que había rechazado o lo que es doloroso, lo que me genera culpa o por lo que me siento injustamente tratado, lo que fuese... no todo cabe en mí cuando lo incorporo. Hay algo que permanece fuera. Al consentir plenamente, lo que se internaliza en mí es sólo la fuerza. Lo demás simplemente queda fuera y no me infecta. Al contrario, me desinfecta, purifica. La escoria queda fuera y las brazas penetran en el corazón.



Pregunta: ¿Qué obstaculiza la acción de tomar?

Respuesta: Que yo no soporte lo que les pesa a los padres y quiera ayudarles desde niño y me inmiscuya, elevándome por encima de ellos y poniéndome en el lugar del abuelo o lo abuela pretendiendo cuidarlos y solucionarles sus problemas. Aquí sería pertinente el mismo ejercicio, mirando yo a mis padres con todo lo que les pasa, con su enredo, con sus pérdidas, con su adicción, su enfermedad. Advierto lo que para mis padres todo esto significa en materia de fuerza, cuando ellos asienten a todo tal cual es. Así como lo hice anteriormente conmigo, cuando lo incorporé en mí, yo veo: ¿Qué pasaría si yo lo hiciera en su lugar?

De este modo puedo imaginarme a mis padres consintiendo lo que les pesa; les pertenece tanto como sus enredos. Yo veo sus enredos desde una distancia y desde abajo, como un niño, desde mi posición de hijo. Entonces mis padres siguen siendo plenamente mis padres. No necesito hacerme cargo de nada de2 lo que les pertenece exclusivamente a ellos. Eso queda fuera de mí porque les pertenece a mis padres.



Pregunta: ¿Eso hace feliz?

Respuesta: La felicidad nos es obsequiada. La felicidad siempre proviene de una relación y la pregunta es: ¿De qué modo nos relacionamos para ser felices? Somos felices si nos alegramos de una relación. Ninguna relación posterior resultará, si la anterior no resultó. Toda relación comienza con la madre. La mayoría de los problemas se producen si hay algo que no resultó pleno. La alegría comienza con la madre. La mayor felicidad para un niño es la de estar con la madre; es la felicidad primaria. Naturalmente más adelante deberá estar con otras personas. Pero no importa. Se puede llevar consigo la felicidad primaria. Después habrá más distancia, pero lo sustancial fue mirar a la madre a los ojos y decir: "Sí, me alegra que seas mi madre".



Pregunta: ¿Y el padre?

Respuesta: El padre se agrega, claro está. Pero la felicidad se inicia con la madre. Padre y madre no están aquí en el mismo plano. La madre viene primero y después el padre.



Muchos problemas con los niños también se producen porque no pueden acceder al padre. Solamente la madre puede abrir el camino al padre, con lo cual tiene un poder tremendo. Pero nadie más puede franquear el camino al padre.



Pregunta: No lo entiendo, ¿qué quiere decir con eso?

Respuesta: Que en el niño la madre ama al padre, tal como lo hiciera originariamente. Su frase sería entonces: "Me alegro que seas como él". El niño sabe entonces: ella se alegra cuando voy hacia mi padre. Esto al niño le abre el camino y él gana una fuerza especial. Y ante todo, amará mucho más a su madre que antes.



Pregunta: Es decir que el punto de giro y el pivote es la relación con la madre y excediendo la misma -aún estando separados los padres- su relación amable con el hombre. Hay muchas mujeres que después del divorcio les dicen a sus hijos, o al menos lo piensan, más bien menospreciando: "Por Dios, eres como tu padre". Esto quiere decir que somos las mujeres las que más nos podemos equivocar.

Respuesta: Quisiera formularlo de otra forma: las mujeres tienen las mayores oportunidades.



Pregunta: ¿Por qué honra usted tanto a las madres; es parte de su pasado católico?

Respuesta: Yo honro a las madres a partir de un juicio filosófico. Yo reparo en lo que significa ser una madre. Todas las madres han hecho lo decisivo de una manera perfecta. No existe mujer alguna que haya sido madre y no lo hiciera a la perfección. De lo contrario no hubiese sido madre. Es decir, en lo determinante todas ellas son perfectas. Lo que viene después juega un papel subordinado. Es tan claro, pero se requiere aquí amplitud de pensamiento, para focalizar la vista en lo esencial. Lo más grandioso que existe es naturalmente la vida. En la práctica terapéutica muchas veces esto se olvida. Tal vez el niño recibió una bofetada de la madre y esto se recuerda y se elabora, pero se deja de lado que recibió la vida en su plenitud por parte de la madre. Ninguna madre pudo quitar algo de la vida y ninguna pudo sumarle algo. Ninguna fue mejor o peor. Como madres, todas las madres han sido perfectas. Es un bello pensamiento. Quien puede alegrarse de su madre, gana.



Pregunta: ¿Esta es su receta para la felicidad?

Respuesta: Si usted así lo quiere. Es el modo en que se nos presenta la plenitud de la vida y la felicidad. Es la base de toda felicidad posterior. Es también la base del amor por la naturaleza. Por así decirlo, la naturaleza es la gran madre.



El niño pequeño permite que todo penetre en su alma. Allí no hay resistencias. Recién después se presentan las resistencias.



Ahora bien, respecto de la felicidad hice una importante observación en mí mismo. Cuando incorporo a mi madre o a mi padre completamente en mí, sin objeción alguna -"Tú eres mi madre, así te tomo", "Tú eres mi padre, así te tomo"- entonces se instala toda la plenitud de los padres en mi alma. Yo no incorporo algo de mis padres en mí, sino que incorporo a mis padres en mí, con todo lo que con ellos viene. Y lo que yo pensaba que no era bueno, queda fuera - es muy sorprendente. Con la persona entra solamente lo bueno de ella - nada más.



Pregunta: Usted exige mucho a las personas.

Respuesta: Esto es el amor. El amor verdadero

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